Aumentan las críticas al concepto de «Inteligencia Artificial» y las advertencias sobre los efectos que, sobre los individuos y la sociedad en su conjunto, pueda tener esta cuestionable denominación.
La pragmática humanista o teoría del diálogo y la valoración desvela el reduccionismo y la idealización que subyacen en los modelos vigentes en los que se basa la tecnología generativa, los modelos amplios de lenguaje, conocidos por sus siglas en inglés, LLM. La inteligencia, en última instancia, tiene unas bases dialógicas y valorativas, orgánicas y medioambientales, cognitivas y culturales.
Las máquinas carecen de intelección. Integran y procesan información, pero no entienden. Así que no existe tal «inteligencia artificial». Esta denominación se basa en una metáfora engañosa. Una simple calculadora electrónica ofrece al instante asombrosos resultados matemáticos, pero no es inteligente. Carece de intención y de conciencia. El proyecto de la inteligencia artificial se formalizó hacia mediados del siglo XX, un periodo dominado por una visión generativa e informacional del pensamiento y la comunicación. Luego se ha impuesto por criterios de márketing, precisamente cuando la ciencia del lenguaje ha evolucionado hacia una visión contextual y holística, a la vez orgánica y cultural.
En la interacción entre humanos y máquinas generativas, éstas se pueden considerar hipermediaciones: median nuestro pensamiento en varios momentos a lo largo de la producción de un texto. Median la vivencia o experiencia, la valoración de la experiencia y, por último, la producción del nuevo texto. Claro que son útiles en diversas situaciones rutinarias y en procesos industriales…
Tampoco es cierto que los programas generativos apliquen «redes neuronales». Otra metáfora engañosa. Desde las primeras investigaciones del pionero de las neurociencias Ramón y Cajal, en 1888, sabemos que las neuronas no se organizan en redes, sino que son autónomas. Aún se desconoce el funcionamiento profundo de las neuronas, pero sorprendentemente algunos ingenieros informáticos ya sostienen haberlas replicado. Sí sabemos que una neurona, como el más sencillo de los seres vivos, también valora su entorno.
La tecnología ha planteado con los desarrollos generativos nuevas oportunidades y también un riesgo muy obvio de estandarización de la cultura y las conductas. Pasada la primera época de deslumbramiento por los nuevos juguetes, quizás debamos reflexionar. No se trata en ningún caso de rechazar con espíritu ludita los avances tecnológicos ni el uso de programas informáticos, sino de ponerlos al servicio de la inteligencia, que es humana. Ponderar la creatividad, el pensamiento crítico, la conciencia. La imaginación, la empatía, la intención, la inquietud, la búsqueda. La vivencia y la experiencia. La convivencia. Las interacciones humanas y el diálogo, el debate, en todos sus ámbitos y manifestaciones.
En la práctica, las máquinas (los asistentes informáticos, AI) ya se están convirtiendo en mediadoras de la comprensión y la producción en las redes sociales virtuales y en muchos otros ámbitos de la cultura. Avanzan y en el futuro se harán más y más sofisticadas, interactuando con el entorno físico y con los humanos. Ya no se sabe si es la máquina la que imita al ser humano, o el ser humano el que, descuidando sus capacidades, incluso atrofiándolas, se está adaptando a la máquina. Un objetivo de una acción científica humanista es mantener la autoridad del hombre sobre la máquina, algo que sólo es posible ponderando el pensamiento crítico y la creatividad. O un objetivo más preciso: eludir el riesgo cierto de que un grupo humano domine a otro grupo humano mediante el control de la tecnología y su imposición ideológica.
Hay varias denominaciones alternativas para las máquinas generativas, aunque desde esta página nos animamos a proponer la de Asistentes Informáticos (AI) o Informatic Assistant (IA).
@ 2025. José M. Ramírez, Marzo, autor de
Diálogo y valoración, la hipótesis axiológica
(entrevistas en internet:)

