Esto es poder

[pdf imprimible al final de la página]

Para Sarahbel.
Y para Deliah, su hija.

Recuerdo que fue en el verano del 96 porque aquel año dieron su famosa gira Serrat, Ana Belén, Víctor Manuel y Miguel Ríos: El gusto es nuestro.

Mi trabajo en aquella sala de espectáculos coincidió con la gira. No se hablaba de otra cosa en la radio: sonaba su música, proliferaban las entrevistas… Había cierto miedo a que la atención de los melómanos se distrajese, aunque me cuesta ver competencia entre la música de Joan Manuel Serrat y, por ejemplo, la de los Black Sabbath…

Una cadena de casualidades me puso aquel verano en la ciudad de La Mota, con cierta responsabilidad en la gestión de una sala de conciertos dedicada a la música rock. Yo no soy un melómano. No es que no me guste la música, sino que me altera tanto el estado de ánimo que no me permite centrarme en otras cosas. Si escucho música, la escucho. Puedo disfrutar de vez en cuando de un concierto; un concierto puede ser una experiencia envolvente, extraordinaria; pero la música no es la atmósfera de mi día a día.

Me contrataron en la sala de conciertos por mediación de unos amigos. El hecho de haber pasado mi infancia y juventud en un barrio de Madrid típicamente rockero me daba cierto pedigrí. Querían una persona polivalente y de confianza, un factótum, a lo Bukowski, un chico para todo… Así que allí me fui. Habían instalado una carpa al pie del castillo, una carpa de circo, bastante grande, con capacidad para varios centenares de personas y con un escenario bien equipado.

Me alojaba en un viejo caserón de dos plantas y una docena de habitaciones. Allí dormíamos los empleados que no vivíamos en La Mota y los artistas que venían a actuar: casi todos grupos españoles. Compartíamos el salón y la cocina. Y también hubo alguna que otra visita nocturna de habitación a habitación. Chicos y chicas en la misma casa. Mucho alcohol. Y muchas hormonas en el ambiente.

Benito era el cantante y líder de un grupo de heavy metal, los ThIP, que dieron mucho que hablar durante unos años. Se puede decir que conocieron el éxito, publicaron un par de discos con una buena discográfica, aunque no llegaron a ser profesionales.  Benito cantaba bien. Tenía una voz gutural, profunda. Sabía expresar rabia. Y su aspecto era el de un perfecto y duro rockero. Melena, pantalones negros de cuero, maquillaje gótico, muñequeras, cadenas… toda la parafernalia, todo el atrezo que el estilo exige. Hay una hermandad del vestuario entre los artistas de rock duro y su público. La diferencia es que el artista es aún más atrevido, más teatral, más convencido de lo que está haciendo, más constante. Los seguidores de rock duro se cambian de ropa para el concierto. En su vida diaria trabajan en una cadena de producción o venden seguros, o son, quién sabe, profesores o psicólogos.

El cantante, Benito, en el fondo no era una mala persona, aunque no entró con el pie derecho en La Mota… parecía querer sobresalir como divo, con actitud de divo y engreimiento de divo. Se quejó de que no se le hubiera reservado habitación en un hotel; estuvo un par de horas a la puerta del caserón, negándose a entrar. Me tocó persuadirle. Habló por teléfono con el empresario de espectáculos y con su representante, y si al final accedió, de mala gana, fue porque le explicamos que el único hotel libre estaba a más de media hora en coche. Yo me gané el sueldo convenciéndolo, él se hizo muy antipático. Lo diré sin rodeos: era un estúpido, aunque me siento mal al insultar a alguien; oyes de inmediato el eco, que parece responderte a ti.

Había una cierta intriga en torno al nombre del grupo, los ThIP. Cómo había que pronunciarlo. Y qué significaba. La noche anterior al concierto, un miembro de su grupo nos los explicó entre cerveza y cerveza. El momento álgido de sus actuaciones era el preámbulo de una balada. A mitad de concierto, ya con el público bien caliente, las luces se apagaban y, tras unos segundos, tan sólo se encendía un foco que, en contrapicado, desde el suelo del escenario, iluminaba a Benito desde los pies, proyectando una sombra absurda, espectral, sobre la bóveda de la carpa. Un silencio prolongado y expectante. Entonces, con su voz gutural y el gesto dominante, como poniendo la palma de la mano en la cabeza de todos y cada uno de los asistentes, ordenaba lentamente: “Arrodillaos”.

Y se arrodillaban.

El indiscreto miembro nos contó el porqué del nombre de su grupo. O quizás no fue una indiscreción, sino una estrategia de propaganda para elevar el prestigio de la marca un peldaño más. La explicación se hallaba en Conan el Bárbaro, la película. Hay una escena en la que una especie de monje o líder religioso, el enemigo de Conan, se encuentra en una plaza. En lo alto de un edificio, una monja, una seguidora. El líder, dulcemente, la llama: “Ven, muchacha, ven”. Y la monja, bellísima y vestida de puro blanco, acude a la llamada, es decir, se arroja desde lo alto. Se estrella contra el suelo. El líder se vuelve y, con un gesto del puño, afirma: “This is power, esto es poder”. De ahí el nombre del grupo.

La noche de la actuación, uno de los camareros se puso enfermo. El factótum, o sea yo, lo sustituyó. Así que seguí el concierto de los ThIP desde la barra del bar. La carpa, llena hasta los topes de seguidores y curiosos. El público, entregado. Vendimos montones de cedés del grupo, una bonita edición con un libreto con fotografías, y camisetas negras con su logotipo. La caja del bar crecía y crecía, hubo que reponer los barriles varias veces…

Y llegó el momento estelar. Las luces apagadas, el foco en contrapicado, Benito iluminado, conductor de almas. Y su voz hueca, la actitud imponente: “Arrodillaos”.

Y se arrodillaron.

Se arrodillaron todos. Todos aquellos duros rockeros de todo género y condición. Algunos, aún casi adolescentes. Otros, adultos bien entrados en los cuarenta. Complacidos en seguir el juego de Benito y los ThIP. Toda la carpa convertida en un gran teatro.

Se arrodillaron todos, menos una chica. Nada en ella era diferente: perfecta rockera con su buen vestuario y complementos de bisutería extrema. Salvo que estaba embarazada.

Se quedó de pie, muy tranquila. El caso es que Benito se lo tomó como algo personal. Todos arrodillados, menos la chica, al fondo de la sala, y Benito dirigiéndose sólo a ella. Primero con el gesto de la mano, como posándola sobre su cabeza. Luego, con su voz gutural, pausada, pero insistente: “… Arrodíllate…”

Aquella competición se prolongó dos, tres minutos. Y la chica que no se arrodillaba. Y Benito insistiendo con la mano y con la voz, intentando vencer su resistencia.

Hubo un momento en que me pareció que la chica estuvo a punto de aceptar el juego y que flexionó ligeramente la rodilla. Pero no, no se arrodilló. Y después de un buen rato, Benito hizo ese gesto de desprecio con la mano, dándola por imposible. La chica le respondió con la seña heavy metal: el puño en alto, con el índice y el meñique bien tiesos. No dijo nada, pero su gesto era lo suficientemente expresivo: “Que te den”.

Y la chica se volvió y salió de la sala, dirigiéndose muy tranquila a la barra donde yo me encontraba.

Benito comenzó entonces su balada, lenta, un crescendo que después de unos minutos de dulzura desembocaba en un griterío feroz de batería y guitarras eléctricas. Permiso para que el público se pusiese de nuevo en pie.

—¿Qué quieres tomar? —le pregunté.

—¿Tenéis zumo de melocotón?

Le puse un zumo de melocotón, una pajita, un posavasos.

La chica siguió con interés el resto del concierto desde la barra, bebiendo su zumo de melocotón.

—¿Qué te debo? —preguntó.

—Estás invitada —le dije.

El concierto proseguía. Por abrir conversación, le pregunté:

—¿Niño o niña?

Se tocó la tripa.

—Niña.

—Creo que esa niña será afortunada. Tiene una madre estupenda.

Sonrió.

—Te agradezco el piropo —respondió, y poniendo sobre la barra un billete, añadió—: pero ahora cóbrate el zumo de melocotón.

@ José Marzo
[gestión mundial de derechos
por acvf_la vieja factoría]


El grupo británico de heavy metal Black Sabbath, 1970 (fotografía de dominio público)

José Marzo: nota biográfica

Un nuevo relato cada semana:

Deja un comentario