El motín del Miño (capítulo 1)

Capítulo 1

El Miño, escenario de esta aventura

(— un cuento para ser leído en voz alta—)

Voy a contaros la historia del motín del Miño. Y os la voy a contar tal como a mí me la contó hace años Manuel Coya Lorenzo, uno de los marineros de su tripulación.

Os hablaré de la travesía que el barco pesquero Miño cubrió desde la ría de Vigo, en el hemisferio norte, hasta Puerto White, en el hemisferio sur. El Miño navegó más diez mil kilómetros desde Galicia, España, que está en Europa, hasta Argentina, que está en… América del Sur.

Os hablaré de Manuel y los demás marineros gallegos, que pescaban merluza durante horas y horas hasta caer rendidos por el sueño… Y de las largas veladas de aburrimiento en sus camarotes, sintiendo morriña de su tierra y sus familias… A veces, los vientos soplan con fuerza en alta mar, y otras no se mueve ni un pelo del flequillo. A veces, las olas son altas como edificios, y otras apenas si parecen arrugas que se forman y luego se alisan en la superficie del mar.

Sobre todo, que no se me olvide hablaros de Tita y Tito, los perritos protagonistas de esta historia, de cómo vivían en Puerto White y se colaron de polizones en el barco.

Pero ¿he dicho diez mil kilómetros?

Los marineros son gente rara. Por ejemplo, a los kilómetros los llaman millas. En lugar de expresar la velocidad de un barco en kilómetros por hora, como los coches, dicen que un barco navega a tantos nudos de velocidad. Pero la cosa no acaba aquí. Al lado izquierdo de los barcos lo llaman estribor, y al derecho, babor. A la parte delantera, la proa, y a la trasera, la popa. Y el Miño no medía casi cien metros de largo, sino casi cien metros de eslora… ¡Uf!

¡La gente de mar es así!


Primer minicapítulo del cuento infantil «El motín del Miño. La aventura de Tita y Tito», un cuento para ser leído en voz alta e interpretado.


(…)

La palabra «merluzas» corrió de boca en boca por la cubierta, de marinero en marinero, cada vez pronunciada más alto, hasta el puente de mando, donde llegó a oídos del capitán.

—!Aftjeinschhlglrksooop! —atronó el capitán de inmediato desde el puente de mando. Lo gritó muy fuerte. Incluso se le hinchó una vena del cuello. Nadie entendió ni una palabra, claro, pero supusieron que había dicho «¡Un banco de merluzas! ¡Todos al trabajo!» porque eso era lo que cualquier capitán habría dicho en esas circunstancias.

Y la misma tripulación que había pasado varias semanas aburrida, contándose absurdas leyendas de sirenas hermosas, silbando una y otra vez la misma canción y soñando con leones en una playa de Namibia, ahora se puso a faenar.

—!Aftjeinschhlglrksooop! —repitió el capitán, por si acaso alguno no se había enterado.

Y todos corrieron a sus puestos de trabajo. Unos a estribor y otros a babor, unos a popa y otros a proa. Pepe fue a la cocina a afilar los cuchillos del pescado, don Gregorio subió al puente de mando para guiar la navegación, Emilio bajó a las calderas y, entretanto, Manuel fue largando los cables de las redes…

¡La gente de mar es así!

(continúa…)


[Acerca del origen de este cuento]

¿Existió realmente el barco Miño? ¿Qué es cierto y qué no lo es en este cuento?

Digamos primero algunas cosas que son ciertas.

Sí, no sólo existió el barco pesquero Miño, sino que también es cierto que tuvo como polizones a dos perritos vagabundos, recogidos en Puerto White, Argentina, y bautizados por la tripulación como Tita y Tito.

Este barco (no se confunda con otro posterior llamado Río Miño) era un pesquero congelador o buque factoría de la flota de Pescanova y faenó en el Atlántico entre los años sesenta y ochenta del siglo xx.

En una sobremesa, mientras tomábamos un café con aguardiente, Manuel Coya Lorenzo, pescador jubilado al que le gustaba nadar en su memoria, me contó la historia de los dos perritos recogidos en Puerto White y que convivieron con la tripulación todo el tiempo que el barco estuvo amarrado a puerto. Pero, antes de partir de vuelta rumbo a España, el capitán ordenó dejar a los perritos donde los habían recogido. Fue en ese momento cuando comenzaron los rumores de motín. Zarpaban lentamente, y todos, agolpados junto a la borda, lloraron a lágrima viva al despedirse de los dos perritos, que seguían al barco corriendo por el muelle y ladrando…

JM


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