El paso 2. El rigor

El conocimiento es un viaje sin fin que uno puede emprender desde cualquier punto. Un individuo de inclinaciones científicas, por ejemplo un muchacho de Leganés, comenzó interesándose por los caballos tras una jornada con sus amigos en el hipódromo de la Zarzuela. En un manual de hípica, vio la serie de fotografías de un caballo al galope realizada por Muybridge en el siglo XIX. Desde entonces, hizo sus propias fotos de caballos, que reveló en su propio laboratorio artesanal con los químicos que él mismo había compuesto. De la química al estudio de la física sólo dista un palmo, y en una introducción a la física leyó por primera vez el nombre del materialista Demócrito, gracias al cual redescubrió la cuna griega de la civilización occidental y la democracia ateniense. En este momento de su largo periplo, nuestro muchacho de Leganés, como un arriesgado navegante de la Edad Media, ya tuvo en su cabeza un incompleto, inexacto y descabellado mapa del mundo, pero un mapa al fin y al cabo.

Sin embargo, el viajero no podría compartir el conocimiento adquirido si al mismo tiempo no hubiera realizado otro viaje, en este aspecto de dirección vertical, entre lo personal y lo social, que habría afectado a su lenguaje. Si hubiera profundizado en un lenguaje personal, habría adquirido expresividad y nos encontraríamos ante un poeta. Si, como es el caso, se hubiera elevado hacia el lenguaje social, ganando en abstracción, se habría acercado al ideal del rigor científico, la formulación de verdades aceptadas por todos, con independencia de nuestros puntos de vista personales, intereses, emociones y sentimientos. Dos y dos son cuatro y Beijing es la capital de China, que está en el hemisferio norte.

Nuestro muchacho de Leganés ya se habría convertido en un humilde sabio. Que se le reconociera o no como tal, eso ya no importa.

Por desgracia, la realidad es otra. En el mapa que del mundo se ha hecho nuestro muchacho de Leganés, ya todo un hombre barbado, sólo hay tendones y músculos, hormonas y virus. Tras finalizar la educación secundaria, estudió veterinaria, se especializó en solípedos, y su tesis doctoral versó sobre la alimentación de la cría caballar en el Sistema Central. Ahora trabaja analizando muestras de orina, heces y sangre de caballos para la Comunidad de Madrid. Lo ignora casi todo de todo lo demás y su lenguaje ha adquirido una gran precisión técnica, que espera le sirva para pelear con sus colegas de departamento por un ascenso.

Es así como el conocimiento, dividido, subdividido, seccionado y colocado en la báscula del interés, degenera en un pseudolenguaje, una jerga, una burda falsificación del rigor científico que podríamos llamar rigor mortis, la expresión de los cadáveres.


ACVF – La Vieja Factoría, 2007, 2014 (2ª edición)

Nota: «El rigor» está incluido en la serie de aforismos El Paso. Publicada originalmente en entregas mensuales en la revista digital LUKE entre 2000 y 2004, es una libre indagación de los fundamentos culturales de la democracia.


Posdata: El paso es una serie de cuarenta aforismos creada sobre la imagen de un camino. Pretendía enlazar así esta investigación literaria de los fundamentos humanistas de la democracia con el camino de Heráclito y los primeros filósofos griegos del dinamismo y el diálogo. Escribí El paso, este ejercicio de liprepensamiento, en el periodo 2000-2004 y, leído ahora con ánimo crítico, tantos años después, sigo encontrando, entre opiniones quizás demasiado atrevidas e informaciones confusas, intuiciones que indagan en un tema que ocupa mis pensamientos desde hace varias décadas. En El paso 2, intuí la diferencia entre el conocimiento humanista, empapado de curiosidad por todo y por todos, abierto al mundo, y la hiperespecialización de la investigación actual, con mucha frecuencia centrada en parcelas mínimas de la realidad y que a menudo encuentra grandes dificultades para construir conocimiento. La ciencia también es o puede ser humanista, pero, como tantas otras actividades de la civilización, está expuesta a las presiones de los intereses de grupo y a las derivas ideológicas. Cuando la ciencia se corporativiza, su lenguaje se vuelve críptico, endogámico, y parece impotente para crear conocimiento y transmitirlo. Al centrar su atención en sólo una parcela de la realidad, la reduce. Es posible que esta ciencia corporativizada, si deviene hegemónica en la sociedad, tenga la tentación de ser autoritaria, o pueda ser puesta fácilmente al servicio de un autoritarismo político.

(jm, miércoles 28 de octubre de 2020)

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