A Calíope, la musa de la elocuencia, le faltan parte de los brazos. Pero aún tiene la palabra. La estatua fue esculpida en mármol en el siglo II y alguien, muchos siglos después, le amputó ambos brazos… o quizás fue un accidente, o quién sabe si la intervención de otro dios envidioso y arbitrario.
Pero aún tiene la palabra.
Creo en las musas y en la inspiración. Pobre aquel que sostenga que la inspiración acude trabajando, sentándose al escritorio y atándose con plazos de entrega a la butaca, porque entonces sólo ha conocido la ocurrencia y el ingenio.
Los escribas del antiguo Egipto tenían brazos para registrar las subidas del Nilo y los tributos pagados. Los escribas registran y comunican. Es su oficio. No existe el oficio de escritor, ni la categoría social escritor. La escritura es un suceso, y el escritor, un estado de la mente. Una novela, como un relato o un poema, es un viaje mental.
A Calíope no se la fuerza. Hay que invitarla: frecuentando sus santuarios, bebiendo de sus fuentes, soñando a su sombra, meditando. Será ella la que te seduzca. Calíope te envuelve con su amoroso velo y habla a través de ti.
¿Me has entendido ahora?
Es Calíope quien tiene la palabra.
